Habiendo
pasado por Milán ,Roma y Livorno, quedé maravillado con Italia, por su
arquitectura, el urbanismo es impecable, las ciudades funcionan sin ostentar
una asepsia despedidora, los sistemas de transporte son dignos, en fin, parece
un lugar en el que la gente vive bien; es un país amable con el turista.
Al
llegar al Vaticano, el sol reflejado en la blancura y la majestuosidad de su
plaza me abrumaron no se si positivamente. Inmediatamente empezamos el camino
de entrada a la Basílica de San Pedro. Fue una fila larga, muy desorganizada y
para rematar, en la parte final, donde se pasa por los controles de seguridad, fue
indignante porque era preciso empujarse, amablemente, con gente de todo el
Mundo para entrar a uno de los grandes íconos de la Iglesia Católica.
Este
tema se me ha convertido en una reflexión permanente, casi en una obsesión,
pero no el de la Iglesia Católica y sus contradicciones sino el de las filas,
el de hacer cola.
Siento
cierta veneración por las filas porque presiento que allí reposa una buena parte
de la vida organizada en sociedad. En la cola para entrar a la Basílica me
quedé mirando fijamente a dos mujeres de edad media, rubias y risueñas, que se
estaban colando, ayudadas por la precaria logística clerical, y una de ellas me
alzó las cejas retadoramente; simplemente dejé pasar el incidente.
Pasaron
dos cosas por mi mente, la primera fue un impulso por sentarme a hablar con
ellas, en tono adoctrinante, sobre la importancia de las filas como herramienta
de organización y, porqué no, de distribución, pero me abstuve debido a que si
hiciera este ejercicio cada que veo una infracción a las normas sociales, sería
desgastante y posiblemente ineficaz o, en el peor de los casos, me metería en
discusiones airadas y definitivamente, “prefiero evitar la fatiga”
La
segunda es que me he dado cuenta que muchos de los comportamientos reprochables
que por años he atribuido exclusivamente a nosotros los colombianos, los veo en
todas partes del mundo y con gente de todas las nacionalidades. Por ejemplo, el
desembarco de un avión es igual de desenfrenado en Milán, en Amsterdam, en
Delhi y en San José del Guaviare; muchos quieren salir de primeros y saltarse
la fila, pareciera que algunos llevaran un “mejor” afán pero usualmente tienen
la misma premura que los demás y creo que ahí está el meollo del asunto.
Cuando
me salto la cola estoy mandando el mensaje de que mis intereses son más
importantes que los intereses de los otros: Yo debo llegar primero porque esto,
Yo debo recibir algo antes que los demás porque lo otro, Yo tengo mejores derechos
porque mi familia es X …; muy rara vez hay argumentos válidos para volarse una
fila y cuando existen, las organizaciones admiten excepciones como edad,
embarazo, discapacidad, entre otros.
Hacer
fila puede llegar a ser un reto valioso para cultivar la paciencia y para hacer
mayor conciencia de mi relación con los demás y como elemento de orden para la
sociedad es una actividad fundamental y obligatoria para generar paz y
entendimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario