domingo, 21 de julio de 2013

Granja en Córcega


Llegamos a Córcega el miércoles 10 de julio después del medio día. Cruzamos el Mediterráneo desde Italia en un Ferry que zarpó de Livorno pasadas las 8:00 de la mañana. El puerto quedaba en una ciudad llamada Bastia en la que pudimos darnos unas horas de turismo antes de tomar el bus que nos llevaría a Alleria, donde nos encontraríamos con nuestro nuevo jefe y anfitrión al finalizar la tarde.

Bastia es un lugar hermoso, una ciudad pequeña, construida, en buena parte, sobre una montaña escarpada que da al mar, adornada con fortificaciones antiguas e imponentes que cuentan muchas historias de invasiones y guerras  con sólo mirarlas.

Más tarde, nos encontramos con Raphael, con más de una una hora de retraso. Llegó sonriente a saludarnos y explicó en francés que hubo un problema con el carro de su amigo Fred, quien lo acompañaba, y debíamos acompañarlo a acercarlo a su casa. Luego de más una hora de carretera llegamos a la granja: Le Domaine Nepali Corsica

Lo primero que vimos fueron dos casas rodantes (caravanas o carros – casa) y rápidamente dejamos las maletas en una de ellas. Raphael nos dijo que podíamos dejar todo sin ningún problema. Dejamos la plata, los pasaportes, el computador, la tableta, la cámara, etc., etc., etc, y nuestras pesadas maletas. Dentro de nuestra nueva casa había de todo: cama doble, mesa, camarote, polvo, cobijas llenas de polvo, dos almohadas viejas, manchadas y sin fundas y varios objetos que dejaron los anteriores woofers que vivieron allí.

Luego de unos 150 o 200 metros de carretera destapada encontramos la zona central de la granja donde había varias carpas de campaña, una ducha con paredes de estera, un inodoro seco, una terraza de madera de veinticinco metros cuadrados con un árbol en la mitad que funge como toldo, una cocina sin techo y con una pared hecha de pacas de heno, una huerta grande, un corral para las hierbas aromáticas, en el piso hay una máquina de capuchino abandonada, un arrume de bicicletas en regular estado, un rodadero para niños desarmado …

Nos recibieron dos mujeres, una de ellas, Janie, parecía de 17 0 20 años y muy amablemente tomo dos vasos, les quitó el polvo y nos preparó una bebida de jarabe de menta con agua. Fue una bonito sabor de bienvenida. Luego nos enteramos que ella tiene como 37 años y es una socióloga que lleva más de 10 años trabajando en el campo.

La otra mujer era la esposa de Raphael, Natascha, una mujer de menos de 50 años que nos saludó respetuosamente y con una sonrisa austera.

Prontamente todos volvieron a sus actividades con la luz que todavía no se iba, siendo aproximadamente las 8:30 de la noche. El calor era muy moderado y más tarde llegaron los niños. Dos hijos de los dueños de la granja llamados Nelchael y Nagayan o algo así y Stelle, una niña hermosa, hija de Orwyn Avallon, un escritor radicado en Niza que viaja por el mundo y da talleres de psicología y meditación y estaba visitando por unos días la granja.

Yo estaba lavando platos cuando los escuché que cantaban una canción que juntaba los nombres de mi esposa con el mío y tarareaban algo incomprensible pero sonaba muy chévere. Me acerqué al platón de la camioneta donde estaban cantando la canción recién compuesta y, en mi inexistente francés, los saludé de mano, sintiéndome como homenajeado y algo avergonzado con los adultos, por el alboroto que formaron con sus cantos. Camila los saludó sonriente, sin acercarse mucho.

Ya habiéndose ocultado el sol, como a las diez de la noche, nos sentamos a la mesa, no en la terraza sino en la cocina. Conversamos las cosas comunes de un primer acercamiento, había comida sencilla e insípida y pan duro que se sazonaban con una cantidad de cositas envasadas en frascos, frasquitos, tarros y tarritos, todos reciclados y no necesariamente se veían limpios, pero cada uno traía una sorpresa de sabor maravillosa.

Terminamos de comer y nos despedimos sabiendo que el jueves teníamos que estar en la zona central a las 7 de la mañana para desayunar y empezar a trabajar. Llegamos a nuestra casa móvil y rápidamente quitamos las cobijas que no queríamos usar, sacudimos las cobijas y tendimos la cama con lo que consideramos más apropiado en vista del calor y el polvero tan verraco de los tendidos. Luego nos lavamos los dientes con el agua de una botella de agua potable que habíamos traído del otro lado y dormimos sin parar hasta antes de la 9 AM.

Llegamos a ponernos a disposición de Raphael e inmediatamente recibimos el merecido regaño. Nos dijo que podíamos tomar ese día como descanso pero que si al otro día no llegábamos a trabajar a las 7, nos tendríamos que ir de su finca. Yo creo que nos merecíamos el regaño porque incumplimos a la primera oportunidad pero yo lo hice un poco consciente ya que cuando vi que era de día e intenté levantarme, sentía un mareo y un dolor de cabeza que sólo se los podría atribuir al mareo de tierra que pudo haber sido causado por la travesía de más de cuatro horas en ferry desde Italia aunada a todo el día de desplazamientos.

El viernes nos levantamos y trabajamos hasta las 10:30, cuando ya el calor no permite seguir y por la tarde, a eso de las 6:00, trabajamos como una hora y media más. Camila con la pala y yo con la pica, abrimos un hueco largo, como un camino, para preparar una cama de la huerta.

El jueves y el viernes estuvimos con todos en varios eventos nocturnos fuera de la finca, comiendo, en un concierto de música local… El sábado no trabajamos y el domingo nos levantamos tarde y empezó una nueva ronda de regaño y ahí si no me sentí ante un reclamo justo y les pedí aclarar las reglas porque otra vez rondaba el fantasma del despido. El mismo domingo trabajamos un poco en diversas actividades para limar las asperezas y en la noche fuimos a un concierto con toda la familia y los invitados, en Moita, una pequeña villa en las montañas de Córcega.

Quedamos en que trabajaríamos cinco de los siete días de la semana y desde el lunes sería el inicio de la historia. Trabajamos toda la semana muy duro. Camila estuvo en la huerta, ayudando a preparar mermeladas y pesto y otras tareas más. Yo estuve haciendo una canal, a punta de pica y pala, para poner los cimientos de unas paredes de heno para construir una nueva cocina y también estuve ayudando en la construcción de la placa de un horno de leña. Los dos estuvimos preparando dos camas de la huerta para ser sembradas en permacultura.

De tanta pica mis manos están adoloridas y mis músculos se están marcando. Sin embargo siento alegría de no haber sido inferior al reto de trabajar como peón de finca por toda la semana. Ahora bien, no son jornadas tan extenuantes como las de los jornaleros y durante el día hay tiempo para hacer muchas cosas como estirar todos los músculos en un mat de yoga en la terraza, jugar ajedrez o rumi con Camila, ir a la playa, ir al rio o bajar hasta Alleria echando dedo (auto stop), para entrar a Internet, comprar algo o hacer alguna vuelta como averiguar cuánto vale el envío de una caja llena de ropa hacia Paris, porque nos dimos cuenta que no necesitamos más de la mitad de la ropa que trajimos.

Este fin de semana, por pura diosidencia, estamos en la casa de Fred, el experto en construcción ecológica que acompañaba a Raphael cuando nos recogió el primer día. Queda en las montañas, entre un bosque de castañas lleno de cerdos salvajes que cazan para hacer carnes. Dormimos en una cama muy cómoda, hay inodoro mojado y  agua por montones en la ducha. Hoy desayunamos huevo, cosa que no hacíamos hace como 10 días.

Al comienzo nos preguntamos con Camila si todas las granjas de Francia son así de desorganizadas y de desaseadas y, por varias fuentes, hemos sabido que no es así. Queda un aprendizaje gigante en cuanto a las condiciones en las que podemos sobrevivir: sin baño enchapado y con agua fluyendo a borbotones, comiendo pan viejo y con moho, trabajando fuertemente en el campo y todo eso acompañado por unas deliciosas comidas, un paisaje espectacular, rio con playa “privada” y conociendo gente maravillosa que recordaremos toda la vida , como Fred, quien nos ha atendido como un buen papá con sus hijos.


En la playa con (iz-der): Janie, un morral, Nelchael, Natascha, Camila, Raphael. Orwyn, Stelle y Nagayan.

En el lavaplatos


El lavadero de ropa y la ducha. Al fondo a la derecha, la cocina.


La terraza


La terraza y una carpa mongol que fue la primera casa en la que vivieron.


El baño seco


La casa de Fred desde donde estoy publicando en este momento.


La vista del escritorio desde el que escribí esta entrada.


 Con Fred y Camila

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